El asfalto estaba cubierto con dos dedos de agua. A cada paso que daba, las gotas de agua se elevaban, salpicándole los zapatos y empapándole los calcetines. En una de esas acometidas líquidas, más abundantes de lo común, dirigió la vista al suelo, pensando si esas pequeñas salpicaduras que se elevaban a su paso no serían como gigantes tsunamis para las inconscientes hormigas que se atrevían a pasear por esa calle. También se le ocurrió que para ellas, un tsunami de los que afectaban a los humanos debía de ser el apocalipsis.
Quizá las hormigas vivían un tiempo distinto al suyo y también poseían una sociedad como la suya, con unas leyes y unos dirigentes, además de ciudades, aeropuertos, hoteles, bares, hospitales… Se rió al imaginar una hormiga vestida de enfermera sexy para complacer a su marido hormigo. Un hormigo… arrugó la nariz al pensar en lo rara que le sonaba esa palabra. No entendía por qué había animales que tenían un nombre para cada sexo y otros que no lo tenían. Decidió que a partir de aquél momento utilizaría el femenino y masculino de todos los nombres de animales. El tigre y la tigra, el elefante y la elefanta, el ovejo y la oveja, el zebro y la zebra, el mosquito y la mosquita… y por supuesto, el hormigo y la hormiga.
Se rió al pensar como la miraría la gente si escuchara las chorradas que se le pasaban por la cabeza. Sacudió la cabeza para que los cabellos que se habían atascado en sus orejas se soltaran y ondearan alrededor de su delicado rostro. Sus ojos, tallados en esmeralda, abiertos y avispados, observaban con atención la gente con la que se cruzaba, advirtiendo los más pequeños detalles.
Se fijó en una muchacha de su edad aproximadamente, que se cruzó con ella a paso veloz, como si llegara tarde a algún sitio. Vio como soltaba el reloj de su muñeca y movía las agujas de manera que fuera más pronto de lo que era en realidad. Se rió al pensar que, si tuviera el poder de atrasar el tiempo, la muchacha no llegaría nunca a casa, puesto que al atrasar el reloj, ella misma retrocedería en su camino.
Una mujer mayor pasó por su lado y se dio cuenta de que le faltaba un pendiente. Debía de ser como el que llevaba en la otra oreja, un anillo gordo y compacto, de oro macizo, o al menos eso parecía. Miró a su alrededor y vio algo que brillaba en el suelo. Se acercó corriendo y lo tomó delicadamente entre sus frágiles manos. Qué curioso, era un pendiente. Pero muy diferente al que había perdido esa mujer. Era de algún tipo de joya de color negro, con hilos de plata que caían en cascada, juntándose en la forma de una cruz invertida. Vio en su mente a la mujer del pendiente de oro, poniéndose ese otro que ella había encontrado y transfigurando la mitad de su cuerpo en una de esas chicas góticas con las que se había cruzado alguna vez. Rió de nuevo y guardo el pendiente en el pequeño bolsillo de su pantalón.
Cuanta imaginación podría caber en su pequeña cabeza inocente… Cuanta dulzura podría reflejar su rostro… Si la pudierais ver con mis ojos, admiraríais su fragilidad, su belleza apática, su sencillez…
Pero quizás, su mayor virtud es su mayor defecto. No vive en nuestro mundo, no ve lo que todos los demás vemos. Vive en su propia dimensión, en su propio planeta, en su propia realidad. Pero aun así, no puede dejar de sentirse indefensa ante los demás, porque ella conoce su propia fragilidad. Por ese motivo se encoge de terror cada vez que alguien extraño se le acerca, por eso le suben los colores cuando un desconocido le habla.
Tan dulce, tan bella, tan pura… ¿Acaso no eres de este mundo?
En realitat els humans no sóm que formiguetes i formiguets dins de l'univers.
ResponderEliminarJo dira més, els humans som cucs. cucs que devorem la terra a mossegades.
(ja arriba la calorrrr : D)
Una Mire! :0
ResponderEliminarSi no t'importa em faig seguidora d'aquest el teu blog (si em dius que no ho faré igual: avisada quedes).
I molt curiós i interessant el text '.'
UNA MIRE :D
ResponderEliminarNoia sexyyyyyy (L)